El Protocolo de Kioto, que entró en vigor en febrero de 2005, establece, por primera vez, objetivos de reducción de emisiones netas de gases de efecto invernadero para los principales países desarrollados y economías en transición, con un calendario de cumplimiento.
En concreto, el Protocolo de Kyoto pone en funcionamiento la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático comprometiendo a los países industrializados a limitar y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) de conformidad con las metas individuales acordadas. Los GEI —que causan el calentamiento global— son el dióxido de carbono (CO2), el metano (CH4), el óxido nitroso (N2O), y los otros tres son tipos de gases industriales fluorados: los hidrofluorocarbonos (HFC), los perfluorocarbonos (PFC) y el hexafluoruro de azufre (SF6)
El Acuerdo de París, al tratar de fortalecer la respuesta mundial al cambio climático, reafirma el objetivo de limitar el aumento de la temperatura mundial muy por debajo de los 2 grados centígrados, al tiempo que prosiguen los esfuerzos para limitarlo a 1,5 grados.
El Acuerdo de París establece compromisos vinculantes de todas las Partes para preparar, comunicar y mantener una contribución determinada a nivel nacional (NDC por sus siglas en inglés) y aplicar medidas nacionales para lograrlos. También establece que las Partes comunicarán sus contribuciones determinadas a nivel nacional cada cinco años, y proporcionarán la información necesaria para la claridad y la transparencia. Para establecer una base firme para una mayor ambición, cada contribución determinada a nivel nacional sucesiva representará una progresión más allá de la anterior, y reflejará la mayor ambición posible. Los países desarrollados deberían seguir asumiendo el liderazgo mediante el establecimiento de objetivos de reducción absolutos para toda la economía, mientras que los países en desarrollo deberían seguir intensificando sus esfuerzos de mitigación, mientras se les alienta a avanzar hacia la consecución de los objetivos para toda la economía a lo largo del tiempo, a la luz de las diferentes circunstancias nacionales
Otros aspectos del Acuerdo de París:
- Aumento de ambición de los planes nacionales: conscientes de que los NDC son insuficientes para evitar el incremento de la temperatura, los países acordaron revisarlos en 2018 (dos años antes de regir el acuerdo).
- Adaptación como parte de contribuciones: se reconoce las medidas de adaptación que los países desarrollados pudieran implementar como parte de las contribuciones nacionales y se invita a los organismos internacionales a dirigir financiamiento para adaptación.
- Reporte y revisión de las metas de reducción: cada país, voluntariamente, detalló las metas de reducción que estaba en capacidad de asumir. Pero, al ser un acuerdo universal y vinculante, las naciones deberán reportar sus avances y revisar sus contribuciones cada cinco años. Queda pendiente el cómo se hará.
- Aumento de los sumideros de carbono: el tratado invita a los países a adoptar medidas para conservar y aumentar, según corresponda, los sumideros de carbono como son los bosques.
- Financiamiento por parte de países desarrollados: Los países desarrollados se comprometieron a proporcionar apoyo financiero para la reconversión energética de los países en vías de desarrollo. Los países emergentes que lo deseen, como China, podrán hacerlo de forma voluntaria.
- Esfuerzo en los años previos al 2020: el acuerdo alienta a los países a realizar todos los esfuerzos de mitigación previos al 2020 y para ello, los insta a utilizar el aún vigente Protocolo de Kioto. De hecho, este instrumento ha permitido el recorte del 22% de las emisiones mundiales.
El Protocolo de Montreal es un acuerdo ambiental internacional que logró ratificación universal para proteger la capa de ozono de la tierra, con la meta de eliminar el uso de sustancias que agotan la capa de ozono (SAO). De otro modo, aumentaría el riesgo de que altos niveles de radiación ultravioleta penetren en la tierra, lo que daría lugar a una mayor incidencia de cáncer de piel y cataratas oculares, afectaría los sistemas inmunológicos y tendría efectos negativos en las cuencas hidrográficas, las tierras agrícolas y los bosques. Desde su adopción en 1987 y a partir de finales de 2014, se ha eliminado con éxito más del 98% de las SAO controladas, lo que ha ayudado a revertir los daños a la capa de ozono. Un beneficio colateral muy importante es que, durante el período 1989-2013, se han reducido las emisiones acumuladas de CO2 en 135.000 millones de toneladas. Sin embargo, siguen existiendo retos importantes. La transición de los CFC (alto potencial de agotamiento de la capa de ozono, o PAO) a los HCFC intermedios (con un PAO más bajo) se ha completado, y la transición final es pasar a alternativas que tienen un nivel PAO de cero. El desafío es desarrollar/seleccionar
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